Dos fareros tienen que hacerse cargo de un faro en una isla perdida de Nueva Inglaterra mientras luchan por no perder la razón.
Y... qué tal?!
Hay muchas maneras de provocar sensaciones y emociones en el espectador. Muchos tipos de humor y de drama. Y muchos tipos de terror.
En este caso Robert Eggers, responsable de la brutal La bruja, nos lleva a través de dos fareros a un viaje a los confines de la locura. Con una banda sonora que crispa y recuerda constantemente a la sirena de un barco, pretende hacer partícipe al espectador de esa locura que poco a poco y sin una línea argumental clara, va haciendo presa de nuestros protagonistas. El formato de cuadrado de la imagen, la fotografía en blanco y negro, la textura sucia y granulada... todo suma para crear un ambiente, que es lo que Eggers realmente busca, un ambiente, más que una historia, que desconcierte e incomode. No sabes qué pasa y qué no, qué es producto de la imaginación, qué de una mente enferma y qué es realidad. Llegando al punto en que hay tramos, en que la cinta se convierte en una simple sucesión de imágenes y escenas sin sentido aparente pero con una fuerte carga visual que se acerca al espectador con la idea de ser más una experiencia sensorial que cinematográfica tradicional.
La guinda de este pastel, lo que la hace sumar puntos, son las soberbias actuaciones de sus dos protagonistas. Willem Dafoe (Florida project), actor experimentado, viejo lobo de mar, da el Do de pecho para que Robert Pattinson, en la que probablemente sea su mejor actuación, de una réplica todavía más inspirada. Por si quedaba alguna duda, ese reluciente vampiro adolescente ha desaparecido.
Es un título que sin duda va a generar división de opiniones y que no es para todos los paladares. Personalmente no he llegado a conectar con la película y me ha dejado medio satisfecho, pero sin duda merece la pena acercarse a ella y probar. Es de las que si te engancha, no te suelta. 6,5/10.
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